No debemos enseñar a nuestros hijos que todo es controlable y previsible. La naturaleza es sorprendente, y la vida también. Así que no hay mejor manera de comprender la vida que conocer bien cómo funciona la naturaleza.
Siempre he pensado, y he defendido, que las personas no podemos vivir de espaldas a la naturaleza.
Cuando así lo hacemos, aparecen todo tipo de disfunciones, por no llamarlo enfermedades.
En mi etapa vinculada al mundo de la jardinería, he sido un ferviente defensor de la irremisible necesidad de que los políticos apostaran por ciudades cada vez con más espacios verdes.
Además, siempre he propugnado que fuera de forma sostenible, es decir, con la valentía suficiente para explicar a los ciudadanos que si el parque tiene que ser de grama en vez de Ray-grass inglés, es porque vivimos en el mediterráneo, y el Ray-grass inglés ya nos está diciendo de dónde procede.
Esto que todos pensamos, muchas veces ha parecido que sería difícil de hacer entender a los ciudadanos, y ha provocado que no pudieran acometerse en nuestras ciudades más m2 de ajardinamiento por habitante, debido al supuesto posterior alto coste de mantenimiento, en agua y en recursos.
La consecuencia la podemos observar cada fin de semana.
Cuando llega el viernes por la tarde, se produce un éxodo de fin de semana de las grandes ciudades ¿hacia dónde?. Hacia donde no haya tanto hormigón por habitante.
Las ciudades se vacían de habitantes hasta que los m2 de zona verde por habitante se equilibran. A partir de ahí, los habitantes ya no sienten la necesidad de seguir huyendo del hormigón.
Se puede comprobar. Mucha gente prefiere quedarse en la ciudad cuando está vacía, y alardean de ello. Dicen que se está mejor cuando la mayor parte de los habitantes están fuera. No lo dicen conscientemente, pero están diciendo que en esas circunstancias, cuando se han equilibrado los m2 de verde con los habitantes, éstos se encuentran bien, y no sienten la necesidad de huir.
Pues bien. Como lo de los m2 de verde de las ciudades va a estar difícil de solucionar en esta época de crisis, hay otra manera de relacionarse con la naturaleza, que nos puede aportar aún mejores resultados que la simple huída a otra población con menos hormigón.
Cultivar un huerto.
Sí. Si cuando huimos de una gran ciudad, acabamos en otra población más pequeña y rodeada de naturaleza, ya hemos conseguido solucionar una gran parte del problema que nos estaba empujando.
Pero si además, decidimos entrar en contacto directo con la tierra, por ejemplo cultivando nuestro propio huerto, entonces los efectos ya positivos de habernos apartado del hormigón se sumarán a los de estar pisando el suelo donde están nuestras raíces.
Además, no hay cosa más gratificante para las personas que desarrollamos un trabajo rutinario y sedentario, que el poder realizarnos viendo crecer los frutos de nuestro esfuerzo.
La terapia es fabulosa, y la desarrollamos nosotros mismos sin darnos cuenta. Estamos haciendo lo que tenemos memorizado en nuestra información genética. Estamos reconectándonos con nuestras raíces, y eso nos aporta una sensación de plenitud y bienestar difícil de explicar para quien no lo ha experimentado antes.
El cultivar la tierra en un entorno apartado de la gran urbe aporta beneficios para la salud desde la cabeza a los pies, pasando por el paladar y el estómago.
La cabeza descansa de las preocupaciones cotidianas. Los músculos de todo el cuerpo se ponen a trabajar y así no pierden elasticidad y se mantienen activos. La concentración en un trabajo manual nos libera la mente. El esfuerzo físico es continuado pero liviano, pero además desde el punto de vista de nuestra autoestima, como resultado de nuestro esfuerzo obtenemos frutos, es decir, resultados totalmente tangibles. Tanto, que sirven para alimentarnos de la forma más sana que existe. Directamente de la mata al estómago.
Llevamos muchos años apartándonos de nuestros orígenes, y no resulta presuntuoso decir que gran parte de los males de esta sociedad proviene de la pérdida de identidad de los individuos. La pérdida de la conexión con la tierra. La masificación induce a comportamientos ajenos a la individualidad de cada ser. Cuando un individuo actúa en un entorno donde se siente “masa”, encuentra más fácilmente el camino de un comportamiento menos atribuible a una persona con principios y con valores. Todo se diluye en la “masa”. Se ha perdido la identidad de la acción acometida por ese individuo porque ese individuo no siente la necesidad de aportarle su identidad a la acción acometida. Al contrario, cuando ese mismo individuo actúa en un entorno donde se siente identificado, sus acciones se vuelven más responsables.
No estoy descubriendo nada nuevo, pero quiero llamar la atención del papel tan importante que juega el campo en nuestras vidas, y desde aquí quiero hacer un llamamiento a mostrar que gran parte de la solución a los problemas que surgen en nuestra sociedad, sobretodo ligados a las grandes ciudades con pocos m2 de verde por habitante, está en el campo.
Empieza a resultar cierto que nuestros hijos pinten un pollo como lo presentan en una pollería, en vez de pintarlo vivo en una granja.
Empieza a ser preocupante que nuestros hijos no sepan cómo es el “árbol de las patatas”.
Haced la prueba con los vuestros o con los de los vecinos, y comprobaréis cuán sorprendente resulta. Pero en verdad, lo único que está pasando es que estamos privando a nuestros hijos de conocer lo que de forma natural nosotros hemos aprendido cuando el acceso al campo era más común.
Solucionarlo es fácil. Tan fácil como volver a ello, y las siguientes generaciones tendrán la suerte de tener el mismo conocimiento del campo que hemos tenido nosotros, sumado al conocimiento de las nuevas tecnologías que tan bien dominan.
La sociedad nos lo agradecerá, y si cada uno de nosotros aporta ese pequeño grano de arena, un cambio en la sociedad es posible. El contacto con la naturaleza, con el campo, hace que la comprensión de los fenómenos de nuestra vida mejore. La vida no es perfecta, y tiene imprevistos, y eso es importante aprenderlo. La naturaleza nos lo enseña a cada momento. Hay factores que no controlamos. No debemos enseñar a nuestros hijos que todo es controlable y previsible. La naturaleza es sorprendente, y la vida también. Así que no hay mejor manera de comprender la vida que conocer bien cómo funciona la naturaleza.
Acerquemos a nuestros hijos a los principios que nos hacen funcionar, y cuando los hayan comprendido, serán más felices, y estarán en disposición de formar una sociedad mucho más sana.
Dejemos ya de dar la espalda a la naturaleza, y comprobaremos enseguida cómo nuestro organismo nos lo va a agradecer.
Ramón Domínguez Peláez
Ingeniero Agrónomo y …hortelano.