Alejandro, amigo
Con un hondo sentimiento de tristeza y añoranza quiero escribir unas palabras en memoria y homenaje a Alejandro García Homs, compañero y amigo que, todos los que le conocimos, hemos perdido de forma prematura cuando aún no había cumplida los 70 años.
Nada nuevo hay que decir aquí sobre la brillante y prolongada andadura profesional de Alejandro como ingeniero agrónomo desde su graduación en 1968 y que pasa por su tesis doctoral (sobresaliente “Cum Laude” en 1973) y por su distinción en París como uno de los cuatro ingenieros civiles españoles que, en 1987, recibieron, por primera vez, la nominación de Ingeniero Europeo (EUR ING). Esta historia profesional está relatada in extenso en el libro “Mil Enginyers Agrònoms” (2007) del autor de estas líneas.
Al margen de sus virtudes profesionales, es a la calidad y calidez humana de Alejandro a la que quiero dedicar mis palabras de hoy. Su insaciable curiosidad le había dotado de un más que notable bagaje cultural que derramaba en su amena conversación y que abarcaba desde la literatura, el cine, la historia o la música hasta la gastronomía más actual, siguiendo aquella máxima que, hace mil años, nos legaba el rey Sabio, Alfonso X:
Quemad viejos leños
bebed viejos vinos,
leed viejos libros,
tened viejos amigos.
Y a los amigos, viejos o no tanto, dedicó siempre su hombría de bien y su innata y desinteresada inclinación hacia los demás. Muchas personas podrían dar aquí testimonio entrañable de lo que decimos.
Un viejo colega nuestro, Joan Manuel Serrat, ingeniero técnico agrícola por la Escuela de Barcelona. cantó, hace años, la inmortal elegía que el malogrado Miguel Hernández dedicó a un joven amigo desaparecido. Sean sus primeros y sus últimos versos el colofón de nuestra evocación:
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
…
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
Compañero del alma, compañero
José Carrillo de Albornoz